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Escritor Argentino

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Homo legens

La naranja mecánica

No más sentarme a escribir, pensé en esta novela y en mi relación con la lectura a lo largo de los años, y concluí si no sería un titulo más apropiado Clockwork Stories.

No recuerdo en qué año llegó la película La naranja mecánica al cono sur, sí que fue prohibida por el dictador de turno en nuestro país y, en Mendoza, nos enteramos por los diarios que, en Buenos Aires, ya se estaban armando tours para ir a verla a Montevideo. Por aquellos años de inquisiciones y excomuniones a la libertad de expresión y consumo cultural, parte de la oferta turística de la capital era organizar viajes a Montevideo los fines de semana para ver lo que el censor de turno nos prohibía ver; los paquetes de los tours incluían la entrada al cine; también, visitas a librerías para comprar libros y revistas igualmente prohibidas al oeste de los ríos de La Plata y Uruguay. De cualquier manera había que ser muy cinéfilo en la provincia para viajar 1.110 kilómetros hasta Buenos Aires y de allí otras diez horas en el Vapor de la Carrera hasta un cine de Montevideo.

Recuerdo que, con Beatriz, vimos la película en Río de Janeiro en 1978, época de una leve apertura democrática de la dictadura militar, que nos permitió ver "menos censurada" Laranja mecânica. Y digo "menos censurada" porque cuando la vimos en el mítico Cinema Veneza constatamos, junto con nuestras carcajadas y la del resto de los espectadores, que en todas las escenas de violación, logradas con una coreografía muy dinámica, las partes pudendas de ellos y ellas aparecían cubiertas, ya que no por una hoja de parra, por diminutos círculos negros, que no siempre lograban su objetivo.

Ese año, antes de ver la película, leí A Clockwork Orange en la legendaria edición paperback de Penguin Books con la cubierta diseñada por David Pelham -ese fue un año muy especial, devoré 53 libros y, revisando mi archivo de lecturas, vi que a la novela de Burgess la precedieron Exodus de León Uris, Concierto Barroco de Carpentier y la siguieron O cortiço de Aluisio Azevedo y The Catcher in the Rye-. De la ilustración de Pelham me quedó asociada la novela a la imagen de tapa: la cabeza de Alex vista de tres cuartos de frente, solamente el contorno, la oreja derecha precedida por una patilla negra, sin nariz ni boca, tocada con un bowler hat; sólo un ojo, el derecho, reemplazado por una rueda dentada de reloj. Casi la misma imagen con la que abre la película, el rostro de Malcom McDowell, con el ojo derecho maquillado de una manera muy semejante a la tapa del libro, pero ahora con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo y los ojos azules que afloran justo por debajo del ala del bowler hat.

Acabo de releer A Clockwork Orange, a mi primer paso por el libro se suman las infinitas veces que vi la película; con certeza: dos la primera vez, y esto me lleva a una digresión: con Laranja mecânica, nos pasó lo mismo que con varias películas que vimos en el Cinema Veneza -Los cazadores del arca perdida, Novecento, Blade Runner-. Solíamos ir a la sesión vermouth y, si la película nos gustaba mucho, nos quedábamos para verla en la función noche. Vuelvo a la novela A Clockwork Orange, lo primero que me atrapa y me sigue atrayendo de la historia es cómo se articula alrededor del personaje principal y narrador, el sicópata Alex, de una personalidad tan polarizada que, para hablar de ella, necesito acudir e términos de fotografía; entonces diría que su individualidad es una foto con luz de alto contraste. Por un lado un dandy y esteta al cual la Novena Sinfonía de Beethoven conmueve, y por el otro, un adicto a la ultra violencia y el sexo que, a lo largo de los primeros capítulos, realiza, solo o acompañado por sus tres compinches, una serie de delitos y violaciones. Luego de ser apresado y condenado a varios años de prisión, Alex se ofrece como voluntario para un tratamiento experimental con el objeto de "volverse bueno": el "método Ludovico". Así, queda en libertad. Pero los resultados no son los esperados, ahora le tocará padecer vejaciones de todos los que fueron sus víctimas sobrevivientes y quieren vengarse -incluidos sus padres que lo echan de la casa-. Luego del frustrado intento del viudo de una de las víctimas por asesinarlo, Alex, intrigas políticas mediante, es tratado nuevamente para volver a ser el que era.

El protagonista de A Clockwork Orange tiene algo del vizconde Medardo de Terralba de Italo Calvino; la mitad mala de El vizconde demediado es Alex previo al "método Ludovico" y tan perverso como este. La mitad buena del vizconde Medardo de Terralba es el Alex pos "método Ludovico". Allí se acaban las semejanzas. Si la novela de Calvino tiene un final feliz para todos cuando ambas mitades del demediado se vuelven a encontrar, sabemos que el "curado y restituido a la sociedad" Alex, será parte de un grupo muy selecto de felices: los malos. El primero de los afortunados, el mismo Alex y el segundo, los políticos y funcionarios que lo utilizarán para afirmarse en su poder y reprimir opositores; esto a cambio de un buen empleo y sueldo, tal como le notifica el "Minister of the Interior or Inferior", cuando le dice que ya está curado, que volverá a la libertad y que tiene su futuro asegurado.

En el fondo, el siniestro Alex nunca es libre -formidable logro de Burgess, como lector es imposible no encariñarse con el protagonista, por eso el adjetivo siniestro me rechina en estas líneas-; en su etapa previa a la prisión y al "método Ludovico", Alex disfrutó de su libertad de marginal de la violencia, esto es por ejercerla fuera de la ley. Sin embargo, quizá por su carácter de outsider, esta será su etapa más "creativa". Y utilicé el futuro imperfecto "será", porque luego de su "reinserción a la sociedad", ya restablecido de los síntomas del "experimento Ludovico", se cree curado porque volverá a ser "él mismo", un sicópata perverso; pero habrá perdido su libertad original. En la primera parte de la novela, Alex es un francotirador, un anarquista del sistema; cuando finaliza, sabemos que será un sniper del sistema -me temo que la errónea asimilación en nuestro idioma del significado de sniper a "francotirador" marca un abismal diferencia, los que saben me entienden-. El primer Alex fue Jack the Ripper, el que devendrá luego de sus palabras que cierran el libro "I was cured all right" ("Yo ya estaba curado"), un matón de la Stasi o de la Savak; un burócrata de la violencia que, a final de mes, pasará por ventanilla a cobrar su sueldo, con el plus por presentismo, antigüedad y horas extras.

Hay una palabra en inglés que me inspira, clockwork, define algo que, en español, demanda tres palabras: "mecanismo de relojería", y, además, es una onomatopeya. Clockwork equivale a nuestro tic-tac. Dicen que Anthony Burgess eligió el título haciendo referencia a una expresión cockney (argot londinense) “as queer as a clockwork orange” (“tan raro como una naranja mecánica”). Y la seducción de esta palabra sigue coruscando "in my ears and in my eyes" -como dicen los Beatles en Penny Lane-, desde que leí la novela, a la que, además, su autor definió como: "un curso de ruso programado"; ya que el argot que hablan Alex y sus amigos está compuesto por unas 270 palabras rusas. La seducción que me provoca el título va más lejos - hasta el día de hoy a las cortaplumas la llamo britba, como la que portaba Alex.

Clockwork Orange, oxímoron intraducible, como una orfebrería de Cellini, pero verbal, y, también, la esencia del mecanismo de relojería, que hace al fruto más "lo mecánico" que nuestra palabra "mecánica" -sin duda, clockwork es el arquetipo de la cosa-. Al mismo tiempo, el doble valor semántico de "naranja" -fruta y color-, hace de esta palabra el summum de lo natural.

Por otra parte, en lo personal, la palabra clockwork me remite a los viejos relojes, los analógicos, cuando de chico, fascinado, los veía, sin la carcasa, funcionando en la tienda de un relojero. De un lado el dial y las manecillas; por detrás, llaves, la cuerda, ruedas dentadas -muchas con la función de reducciones-, volante, piñones, áncora. Conjunto mecánico y arcano para los legos que, en el frente, por el lado de la esfera, nos muestra, terso, el fluir de segundos, minutos, horas y, a veces, meses y días. Además clockwork me inspira porque también me remite a libros cuyo efecto sobre el lector "funciona como un reloj"; cuando uno no sabe en qué momento está inmerso en el texto, dueño del tiempo, con el deslizar de las hojas oficiando de metrónomo, de los de antes, no digitales sino un "clockwork metronome". Un tic-tac de sucesivas lecturas y relecturas.